«Por mí, que no quede», Julián Marías
Con esta frase me despido hasta el próximo año. Me gustaría que fuera un homenaje al filósofo que acaba de morir, tan displicente e injustamente tratado en España, y también una recomendación personal y social para el año próximo. El año que acaba ha planteado más conflictos de los que ha resuelto, lo que supone un fracaso de la inteligencia. Unos por otros, las casas se han quedado sin barrer. Ante tremendos problemas que exigen la colaboración de todos, ese lema resulta humilde y grandioso. Me recuerda el epitafio que escribió para su propia tumba Max Aub: «Hizo lo que pudo». Cuánta nobleza resuena en tan sencillas palabras. Acabo de participar en un seminario organizado por Jordi Pujol sobre «La sociedad de la responsabilidad». Vivimos en una sociedad que reclama responsabilidades a los demás -en especial al Estado- pero elude las propias. La única solución para los problemas complejos -la injusticia, la educación, la violencia, la pobreza, el calentamiento del planeta- es que cada uno se diga esa frase mágica –«Por mí que no quede»– y comience a trabajar. A eso me refiero cuando propongo una movilización educativa de la sociedad. ¿Para educar a un niño hace falta la tribu? Por mí que no quede. Hay responsabilidad, coraje, humildad, e incluso sentido del humor en esa frase. Las virtudes que tenía Julián Marías, y que les deseo a ustedes para el año próximo.