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Prólogo del libro Administración Inteligente (2007)

He dedicado toda mi vida de investigador al estudio de la inteligencia humana, y en ese largo camino, la complejidad del asunto me ha ido llevando por derroteros  que no había sospechado. Después de haber enfatizado, como la mayor parte de los especialistas, el aspecto cognoscitivo y personal de la inteligencia, es decir, después de haberla definido como una capacidad personal para conocer y resolver problemas teóricos, caí en la cuenta de que estaba olvidando dos características trascendentales de la inteligencia:

 

(1).- Que la inteligencia práctica es superior a la teórica.

(2).- Que la inteligencia individual se da siempre en un entorno social, que

la estimula o la deprime.

 

¿Por qué digo que la inteligencia práctica es el nivel superior de la inteligencia? El merecido prestigio de la ciencia, y un cierto platonismo que penetra la cultura occidental entera, exige responder a esta pregunta.  Si definimos la inteligencia como capacidad para resolver problemas, hemos de reconocer que los problemas más urgentes, dramáticos y complejos no son teóricos, sino prácticos. Son los que afectan a la felicidad personal y a la dignidad de la convivencia, es decir, a aquellos campos en los que, literalmente, nos jugamos la vida. Por esta razón suelo decir –consiguiendo una notoria incomprensión por parte de mis colegas- que la gran creación de la inteigencia no es la ciencia, ni el arte, ni la técnica, sino la ética, que es la culminación de la inteligencia práctica, la que aspira a solución los más complejos conflictos.

La diferencia entre un problema teórico y un problema práctico es clara. Un problema teórico  se resuelve cuando se conoce la solución. Uno práctico no se resuelve cuando se conoce la solución, sino cuando se pone en práctica, que suele ser lo difícil, porque entran en juego intereses, puntos de vista, sentimientos, expectativas, y muchas cosas más. Los problemas de convivencia en una ciudad son fáciles de resolver en el plano teórico: que todos los ciudadanos se comporten de manera cívica, justa y solidaria. Lo mismo sucede con los problemas familiares: que todos sus miembros se quieran mucho y se comprendan. Lo complicado es saber cómo se consigue esto. Me recuerda lo que contaban de un senador americano que decía: “El conflicto entre judíos y palestinos se resolverá cuando los dos pueblos se comporten como buenos cristianos”.

La segunda constatación –que la inteligencia individual se da siempre en un contexto social- me ha llevado a interesarme cada vez más por lo que llamo “inteligencia compartida”. De la interacción entre inteligencias emergen fenómenos nuevos, una inteligencia imprevisible, que es más –o menos- que la suma de las inteligencias individuales. Se trata de fenómenos emergentes que surgen de la interacción de las inteligencias personales. La ciencia ha comenzado a estudiar estas realidades emergentes en otros ámbitos, pero sólo algunos científicos, como por ejemplo el premio Nobel Friedrik Hayes se ha interesado por el funcionamiento de la inteligencia social, con su teoría de la “evolución espontánea”. La importancia de estos fenómenos es tan decisiva para nuesrta vida que últimamente me dedico al estudio de  la inteligencia de los grupos, instituciones o colectividades. Hay parejas inteligentes y parejas estúpidas, empresas inteligentes y empresas estúpidas, y lo mismo pasa con las administraciones públicas, los centros educativos o las ciudades. Pueden ser inteligentes o estúpidos.

Para estudiar estas interacciones hay que cambiar muchos hábitos de pensamiento. Estamos acostumbrados a estudiar sistemas lineales, es decir, aquellos en los que se da una secuencia clara de causa-efecto. Esto no sirve para estudiar los sistemas complejos, donde se dan unos enrevesados bucles causales, que dificultan la separación nítida entre el efecto y la causa, porque parece en ocasiones que la causa es un producto del efecto que ha producido. Problemas como la eficacia del sistema educativo o de la administración pública tienen que ser tratados de esta manera.

¿Quién es responsable de la violencia  en las aulas? ¿Los alumnos, los docentes, las familias, los medios de comunicación, la sociedad?

Desde esta perspectiva me interesan en especial los sistemas políticos, administrativos, educativos y empresariales. En el campo educativo estos estudios me han impulsado a poner en marcha una “movilización educativa de la sociedad civil”, para explicar a la sociedad que todos estamos educando siempre, bien o mal, y que se trata de que lo hagamos bien. Parte de dos lemas muy sencillos: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera” y “Para educar bien a un niño hace falta una buena tribu”.

En el tema de las ciudades, que está en el origen de mi participación en este libro, trabajo en un “test de ciudades inteligentes” que nos sirva para evaluarlas. Una ciudad inteligente tiene que cumplir dos objetivos fundamentales:

1.- Colaborar al bienestar de sus vecinos

2.- Ampliar las posibilidades vitales –culturales, económicas, sociales-

de los ciudadanos.

Sin embargo, han sido las empresas las que han  demostrado más interés en mis investigaciones, sobre todo a partir de la publicación de mi libro “La creación económica” Se han dado cuenta de la necesidad que tienen de convertirse en “learning organizations”, en “empresas que crean conocimientos”, en “organizaciones inteligentes”. Saben que si no son capaces de inventar continuamente, de detectar problemas y resolverlos con celeridad, se van a quedar en la cuneta.

La inteligencia de las organizaciones depende de muchos factores: modo de gestionar el conocimiento, clima afectivo, modos de comunicarse, liderazgo, etc. Pero en todas ellas las estructuras administrativas ejercen un papel determinante. Son el sistema nervioso de una corporación. Si no tienen eficacia, si malgastan energías, si tiene nichos contradictorios, los planes fracasan. En ocasiones, la planificación es difícil. Hace pocos años, una empresa tan eficaz como INTEL descubrió, después de una auditoria exhaustiva, que una tercera parte de sus investigaciones se estaban haciendo duplicadas, por falta de comunicación. Y no hace muchos años, Bankinter consiguió un avance espectacular al saber calcular cuanto costaba mover un papel de una mesa a otra. Cada tramo de gestión, cada operación, cada formulario, tenía un coste que había que contabilizar para mejorar la gestión de las sucursales.

Estoy seguro de que una de las grandes manifiestaciones de la inteligencia es saber organizar. Hace un par de años, estudié fascinado el talento organizativo de Napoleón. Pensaba que todo el imperio tenía que ser un mecanismo muy bien engrasado que desde su mesa debía extenderse hasta la última prefectura del imperio. Se han  publicado las memorias del barón Fain, que fue su “jefe de oficina”, en donde cuenta la organización de su despacho, y es admirable. Durante muchos años estudié con tesón los sistemas de inteligencia artificial. A uno de sus creadores, Herbert A. Simon, le concedieron el premio Nobel, pero no por sus grandes contribuciones al mundo de la computación., sino por su teoría de la organización. ¿Cómo se puede organizar eficazmente la burocracia? El caso de las Administraciones públicas es especialmente serio por la relevancia que tiene para el bienestar de la nación. En este momento, el numero de funcionarios ronda ya los tres millones. Esta disparatada cantidad presenta problemas tremendos de gestión y de presupuesto, lo que da al tema una urgente prioridad.

Por eso me parece tan importante este libro, que estudia con seriedad  la “administración inteligente”.  Necesitamos excelentes gestores públicos, grandes talentos en la administración, un aprendizaje y una evaluación contínuos. La racionalidad ha de completarse con una rigurosa defensa de los valores éticos, y de las condiciones afectivas y efectivas del trabajo. La Administración pública necesita lideres capaces de organizar y movilizar  unas gigantescas estructuras que tienden a convertirse en diplodocus lentos.  Como en educación, también aquí es necesaria una gran movilización, introducir dinamismo en un sistema que tiende a la inercia. Hay que  conseguir que hasta el último empleado tenga una conciencia clara de lo que está haciendo, de cómo está colaborando al bien común. Por el bien de todos, que este libro tenga mucho éxito.

 

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