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Un nuevo relato monumental y optimista

La magna ‘Biografía’ de Marina y Rambaud surge de una necesidad de horizonte, en un momento histórico que magnifica el detalle localista en detrimento de lo universal.

ÁLVARO POMBO  |  MERCURIO 208 · TEMAS – FEBRERO 2019

simple vista, el título Biografía de la humanidad parece excesivo: humanidad es un sustantivo abstracto que designa en conjunto a todos los seres humanos. Cada uno de esos millones de seres humanos ha tenido, tiene, o tendrá su propia biografía. No muy distintas entre sí quizá, salvo en algunos casos excepcionales. Hacer una biografía de la humanidad es un proyecto ambicioso, atrevido, es interesante ver cómo un ensayista psicólogo y pedagogo como Marina, que se ha enfrentado tantas veces en sus textos al detalle de las vidas humanas, se enfrenta ahora a la totalidad de esas vidas. Hacerlo requiere un gran esfuerzo de síntesis por una parte, buen pulso para no dejarse encandilar por ninguna de esas vidas individuales —como nos ocurre a los novelistas—, y adoptar un punto de vista histórico, que es un punto de vista supraindividual aunque incluya en determinados casos individualidades significativas. El proyecto de Marina y Rambaud consiste en esto: “quisiéramos contar la cultura desde dentro, ser sus biógrafos. No nos importa el magma solidificado, sino el volcán en erupción. Si fuéramos lo suficientemente sabios y convincentes, este relato se convertiría en parte de la autobiografía de cada uno de nosotros y nos sentiríamos implicados y emocionados por la azarosa vida de nuestra especie, de la que no es exagerado decir que está en busca de definición”.

 Recorriendo las páginas y capítulos de este vasto, detallado y rápido libro, el lector se siente responsable de llevar dentro toda la Historia. Como diría Kierkegaard, obligado a ser reflexivamente él mismo y la especie. Este ambicioso libro surge de una necesidad de horizonte, una urgencia respiratoria, en un momento histórico en el que con facilidad podemos ahogarnos en el localismo y en el detalle, magnificando el detalle en detrimento de lo universal. Se trata de un libro optimista, característica esta de toda la obra ensayística del autor: toda su teoría de la inteligencia creadora, su segundo gran libro de ensayo, está enfocada a explicar cómo el aumento de la inteligencia compartida aumenta también el sentido ético y la creación y conquista de los derechos humanos. Pero los autores proponen advertir de este proceso ahora mediante un ensayo de ciencia de la evolución cultural, que hace compatible la lealtad local con la lealtad a toda la humanidad.

Hacer una biografía de la humanidad requiere un gran esfuerzo de síntesis y adoptar un punto de vista histórico, que es un punto de vista supraindividual aunque incluya en determinados casos individualidades significativas.

Voy a detenerme ahora en el importante segundo capítulo: en las cuestiones de método, puesto que nos encontramos en un momento en el que las nuevas tecnologías “permiten la utilización de los Big Data para el estudio de la Historia. El problema metódico consiste en saber qué hacer con tanta información”. Para llevar a cabo este proyecto hace falta hacer una simplificación considerable, y el problema es cómo hacer esa simplificación sin perder información relevante, sin desangrarla.

La más antimetodológica declaración que recuerdo se debe al más admirable poeta y místico que conozco: “Por aquí ya no hay camino, pues para el justo no hay ley”. En la cima del Monte Carmelo, en efecto, no haría falta ley ni método, porque el amante y el amado se funden en uno solo. Amor meus is pondus meus. Félix Ovejero recordaba recientemente a Aristóteles (El Mundo, 5-12-18), para quien no hay ninguna necesidad de justicia cuando los hombres son amigos. También yo voy a recordar a Aristóteles ahora al hilo de mi comentario al nuevo libro de José Antonio Marina. Como decía, el capítulo segundo de este libro de 573 páginas se titula “Cuestiones de método”, que son, efectivamente, muy pertinentes. Los hombres de todas las latitudes quizá seamos iguales —pertenecemos a una misma especie— pero rara vez somos del todo amigos. Homo homini lupus. Hace falta pues la ley, las leyes. Y a la hora de entender incluso nuestra semejanza específica, hace falta contar con un buen método. Incluso el más atropellado de los místicos (no es el caso de San Juan de la Cruz) cuenta con uno. Las palabras método y camino implican un final, una llegada. Así, la palabra tiempo —número del movimiento— contiene en el instante ya su propia referencia metódica al antes y al después. Una de las características metódicas del texto de Marina y Rambaud es la estructura cronológica de su exposición. Quiere decirse que leyendo Biografía de la humanidad recorremos la historia de la humanidad a grandes y significativos pasos. ¿Cómo sabremos que son significativos? Y, ¿tienen que serlo? ¿Deberíamos leer la historia como un sistema de necesidades? Desconfiamos de los sistemas. Pero no desconfiaremos de los encaminamientos ni de las herramientas. Tampoco de los métodos. Los autores no ofrecen una perspectiva sistemática, no organizan sistemáticamente o apriorísticamente sus copiosas historias. No son, en esto, hegelianos. Sin embargo, en cada época proponen describir detalladamente sus problemas.

A partir de los problemas, las aporías, Marina y Rambaud estudian el espacio abierto por el problema, la solución posible, el espacio de la creatividad. Lo abierto, a diferencia de lo angustioso, es la inspiración central de su trabajo.

 En toda la obra de José Antonio Marina, además de un sagaz psicólogo y un minucioso fenomenólogo, encontramos a un esforzado y realista investigador aristotélico. De aquí este texto muy al principio del capítulo segundo: “La índole aporética de la Historia deriva de la índole problemática de la vida humana. La inteligencia es la encargada de encontrar la salida. Así se abre el espacio de la creatividad histórica, donde aparece la cultura como repertorio de soluciones […] Este es el núcleo de nuestro proyecto. Vamos a explorar la historia de la creatividad que nos alumbró como especie […] sin cesar aparecen las mismas pasiones y los mismos problemas y, una y otra vez, los sapiens, se aprestan a solucionarlos de nuevo más eficazmente. La historia de las culturas es un registro de las sedicentes soluciones”. En términos aristotélicos, las soluciones serían las euporías, las salidas exitosas, las soluciones válidas y validadas. La aporía aristotélica es, en primer término, una situación psicosomática: una dificultad física, perceptiva, un pasmo. Así, un problema nos deja por lo pronto sin salida, sin agujeros, sin poros, sin gateras, sin refrigeración, sin aire. Cualquier gran problema determina en primer lugar una situación irrespirable. Pero Aristóteles fue, como José Antonio Marina, un esforzado buscador de soluciones. De ahí su fascinante teoría de la causalidad frente al carácter azaroso, contingente de la experiencia individual y el mundo. Entiende Aristóteles que en el seno mismo de la aporía, del problema, aparece un esquema elemental de diaporías, que son dinámicas encaminadas a librarnos de la asfixia. Las diaporías son las raíces de las soluciones, sus caminos entrecruzados. “A lo largo del tiempo se han propuesto muchas soluciones”, subrayan Marina y Rambaud, y enumeran unas cuantas: “La cooperación para defenderse, la destrucción del enemigo, la organización política, los sistemas normativos, el retiro al desierto, la búsqueda interior de la impasibilidad, las religiones”. Y añaden: “La evolución cultural va a revelarnos el paso del deseo, su satisfacción. Es pues, la nuestra, una historia de invenciones, tanteos, fracasos, nuevos tanteos, de satisfacciones y decepciones”. En este punto citan a Tomás de Aquino: “Los deseos que proceden de la inteligencia y no de la fisiología son infinitos”.

En estas breves citas textuales podemos ya entrever el ambiente respirable, el aire mundial de esta larga Biografía de la humanidad. A partir de los problemas, las aporías, los autores estudian el espacio abierto por el problema, lo abierto de la cerrazón. “Ve con todos sus ojos la criatura lo abierto”, decía Rilke. “Los grandes problemas —escriben— son el motor de la Historia y cada problema lleva su espacio propio de solución”. Lo que yo he denominado aquí su diaporía, el espacio de la creatividad. “En este espacio van apareciendo dominios de experiencia —estética, científica, religiosa, amorosa, etc.— grandes tradiciones e instituciones, secuencias evolutivas que se repiten”. Este comentario debe detenerse aquí. Creo haber mostrado cómo en este nuevo relato de José Antonio Marina y Javier Rambaud lo abierto, a diferencia de lo angustioso, es la inspiración central de su trabajo. El hombre no sería, según esto, sin más un ser para la muerte, sino un ser para la euporía, para la felicidad objetiva.

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