Cuentan que, en cierta ocasión, el torero Rafael el Gallo le preguntó a José Ortega y Gasset a qué se dedicaba. “Soy filósofo”, parece ser que le contestó, a lo que el torero, después de que alguien le explicara qué era un ‘filósofo’, repuso: “¡Hay gente pa to!”. No es fácil definir qué es la Filosofía, pero si alguien puede hacerlo es mi invitado de hoy. José Antonio Marina no necesita presentación. Catedrático en excedencia, doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia, conferenciante reputado, escritor y sobre todo investigador. Marina lleva años dedicado al estudio de la inteligencia, la que se entiende de manera tradicional y también la que tiene que ver con ese nuevo tsunami llamado inteligencia artificial. De cómo desarrollarla y de cómo hacer buen uso de ellas en estos tiempos social y políticamente convulsos hablamos hoy.

Señor Marina, es un placer charlar con usted en estos difíciles tiempos, en los que estamos viviendo tantas cosas y la mayoría terribles. ¿Hay espacio para la filosofía en este momento?
Claro que lo hay. Es importante que los filósofos sepamos liderar y estar en la acción presente.

¿No lo están?
No. En estos momentos la filosofía está pasando por horas muy bajas. Se ha desacreditado la idea de la VERDAD. Las cosas son muy complicadas, pero sí podemos llegar a ideas claras sobre un asunto. Como los científicos sí creen que se puede conseguir una verdad progresiva, comienzan a mirar casi de forma irónica a los filósofos mientras piensan: “¿Estos de qué van?”.

Le he leído que los filósofos no están defendiendo lo suficiente las humanidades frente a este tsunami de lo científico, de la revolución digital. ¿Qué se puede hacer para ofrecer un equilibrio entre las humanidades y el avance tecnológico?
La filosofía trabaja en un nivel superior. Tiene que ver y comprender lo que hacen los demás, políticos, historiadores, científicos…, e intentar comprender. Ahora, conseguir una visión general es muy complicado porque tenemos muchísima información y porque el mundo es muy complejo y camina de forma muy acelerada. Necesitamos comprender lo que pasa para poder tomar decisiones. A mí me interesa mucho cómo funciona la inteligencia de las distintas profesiones. Mi primer libro se tituló: Cómo funciona la inteligencia de los creadores. Ahora me interesa cómo funciona la de los políticos.

«Los políticos aprenden, sobre todo, en la trayectoria para llegar al poder. Lo único que dominará sus decisiones son los mecanismos del poder»

¿Y cómo funciona? Porque atravesamos momentos terribles con dos grandes guerras: Ucrania y Oriente Próximo. ¿La inteligencia de los líderes que nos gobiernan luce por su ausencia?
¿Cómo aprenden los políticos? ¿Dónde aprenden? Una parte en las dictaduras suelen venir del estamento militar. En las democracias, la mayor parte son abogados, algunos economistas y otros proceden de otras profesiones. Pero donde aprenden, sobre todo, es en la trayectoria para llegar al poder. Siendo esto así, la percepción de ese político va a estar viciada de raíz. Lo único que dominará sus decisiones son los mecanismos del poder. Decía Isaac Verde que el político lo que tiene que tener es la capacidad de unificar muchas informaciones. Lo que la psicología popular considera intuición.

Usted habla de humanismo de tercera generación. ¿En qué podría ser útil para enseñar a nuestros políticos?
El humanismo de primera generación aparece en el Renacimiento. Divide los saberes humanos en dos grupos: a un lado las letras divinas, la teología, y al otro las letras humanas. Lo que no era teología, eran humanidades. En el siglo XIX aparece otra división. Se enfrentan las ciencias de la naturaleza con las de la cultura, y se dice entonces que la ciencia en sentido estricto es la naturaleza y la cultura son las humanidades. Comienza ahí un enfrentamiento absurdo. Lo que tenemos que comprender es cómo funciona la inteligencia humana. Por qué se ha enfrentado a unos problemas y cómo los ha resuelto. La inteligencia humana se ha tenido que enfrentar a problemas que planteaba la naturaleza, a problemas que planteaba la convivencia, a problemas que planteaba decidir lo que es justo y lo que no, a problemas que tenían que ver con la trascendencia… y entonces ha inventado muchas cosas. Ha inventado la historia, las matemáticas, las religiones. Esto es lo que ha hecho la inteligencia humana, y si yo quiero comprender, tengo que saber cómo funciona.

¿Qué lugar ocupa en todo esto y en el humanismo de tercera generación la inteligencia artificial?
A los que llevamos años estudiando la inteligencia artificial nos está sorprendiendo su rapidez. Yo tuve la suerte de comenzar a estudiarla desde muy joven. En 1956 aparecieron los primeros programas llamados ‘de inteligencia artificial’. Una máquina copiaba alguna actividad específica de la inteligencia humana, por ejemplo, demostrando complejos teoremas de matemáticas. Le presentaron los resultados a Bertrand Russell, el genio matemático del momento, se quedó pasmado y dijo: “Algunas de las demostraciones de la máquina son más elegantes que las mías”. Se pensó que si lo que habíamos hecho era introducir sistemas de lógica formal y de lógica matemática en una máquina y hacía eso, si conseguíamos que fueran sistemas aún más potentes de lógica formal, la máquina haría más cosas. No nos dábamos cuenta de la capacidad de computación que tiene que tener nuestro cerebro, y es que nosotros reconocemos con gran facilidad factores muy cambiantes, patrones difusos; conocemos una cara de frente, de perfil riendo, afeitado, con barba… Es ahí donde la máquina se para. Hasta que los expertos no empezaron a trabajar, en vez de con lógica formal muy fuerte, con sistemas estadísticos de probabilidad, la cosa no empezó a cambiar.

«El control de la inteligencia artificial se está usando para manipular a las personas y privarlas de la libertad real»

jose antonio marina en esquire

José Antonio Marina conversa con Euprepio Padula.

Ana Ruiz Hearst

¿Dónde está el límite? Todos nos estamos dando cuenta de los peligros a los que nos enfrentamos con la inteligencia artificial.
Cuando les hablen de los peligros de la inteligencia artificial, les están timando. La inteligencia artificial tiene una tecnología excepcionalmente brillante. El peligro es el uso humano. Son los que están alrededor de ella quienes tienen responsabilidad. Se podía haber dirigido a otras cosas, por ejemplo a la que a mí me interesa, que es cómo se puede ampliar la inteligencia humana. Se la ha puesto a competir con la inteligencia humana para dos cosas: una, la automatización, por ejemplo desde el punto de vista industrial. Pero esto no plantea problemas serios. Cambiarán los puestos de trabajo, pero aparecerán otros. El segundo aspecto, el del control, es donde está el problema. No se está desarrollando para aumentar la responsabilidad de la gente, sino para disminuirla y controlarla. Se está usando para manipular a las personas y privarlas de la libertad real.

Hablamos mucho del concepto de liderazgo humanista, o capitalismo humanista, y pensamos que se puede pedir a los empresarios que sigan ganando dinero, pero desde el respeto a la sociedad, al medioambiente, a sus empleados. En el caso de la inteligencia artificial, ¿dónde se puede poner el límite y cómo encaja con el liderazgo humanista?
Los estados tienen la gran responsabilidad de defender a sus nacionales, ya que las personas individuales poco pueden. Si desde instancias como la educación no defendemos a la ciudadanía para que comprenda lo que está pasando y para que se dé cuenta de cómo van los sistemas digitales, se estará produciendo una devaluación y desengaño de la libertad. Cuando aparecieron los hackers en las universidades americanas, eran una especie de pirados que estaban convencidos de que con la llegada de internet, si se conseguía poner toda la información al alcance de todo el mundo, habría llegado la libertad sin censuras. Cuando esto empezó a ser un gran negocio, los puros consideraron que el genio Bill Gates “se había pasado al enemigo”. Ahora empezamos a ver que somos esclavos, esclavos felices. Es todo tan brillante y proporciona tanta comodidad que es difícil pensar que cosas tan cotidianas tengan tanta importancia. Uno de los puntos críticos es cuando Facebook inventa los likes. Parten del condicionamiento operante por el cual las personas tienden a repetir las conductas que son premiadas y les dan un pequeño premio, que esto es el like. Es muy satisfactorio, pero me hace esclavo.

«Si yo pudiera organizar una escuela de políticos, les tendría que enseñar, sobre todo, cómo se resuelven problemas»

¿Cómo se debe formar en este entorno a las nuevas generaciones? Da la sensación de que se sigue enseñando como siempre.
En uno de mis últimos libros, El bosque pedagógico, me dediqué a revisar la literatura pedagógica que se estaba haciendo y los programas educativos de distintas naciones. Vivimos en un momento de alarma y de confusión educativa. Las naciones se dan cuenta de que todo va muy rápido. El mundo educativo era el que tenía que tener un conocimiento más amplio sobre todo, pero yo no puedo hacer un plan de educación sin saber como compaginar, en este momento, lo que es preciso saber de filosofía, de matemáticas, de ciencia, de historia, de ética, de política, de sentimientos… Tendré que disponer de una formación mucho más amplia que para cualquier otra profesión. En este momento los pedagogos no la tienen. Me gustaría que recogiera algo muy importante: lo que yo llamo ‘ley universal del aprendizaje’. Toda persona, toda organización, toda empresa o toda sociedad, para sobrevivir necesita, al menos, aprender a la misma velocidad que el entorno, y si quiere progresar, necesita hacerlo a más velocidad. No hay más que ver el ranking de empresas punteras: aprenden muy rápido y han creado ya un puesto que depende directamente del CEO, llamado chief learning officer, el jefe del aprendizaje, el que tiene que decir qué es lo que tenemos que aprender.

¿No tiene la impresión de que las empresas privadas compran esta dinámica, pero que el sector público, los estados, siguen por otro camino para seguir controlándonos?
La política camina retrasada respecto a la tecnología. Henry Kissinger, en Líderes, rememora cómo después de trabajar con varios presidentes de EEUU llegó a la conclusión de que, mientras están en el poder, no aprenden nada. Las ideas que tienen al llegar al poder son las mismas con las que salen. Están preocupados de cómo se alcanza el poder y, después, de cómo se mantiene. Si yo pudiera organizar una escuela de políticos, les tendría que enseñar, sobre todo, cómo se resuelven problemas. Ahora que conocemos también los sesgos emocionales y cognitivos, lo que el poder produce en las personas, hay que advertirles de que cuando lo alcancen se van a alejar de la gente, van a cambiar, van a pensar que son todopoderosos y van a tener mucho miedo, viendo enemigos por todas partes y corriendo el peligro de relacionarse con gente de menor valía.

¿Cómo puede unirse el talento júnior al sénior?
La edad, de por sí, no enseña nada. La experiencia, tampoco, porque si no, todos los octogenarios seríamos muy sabios. Lo que sirve es si has querido aprender de la experiencia. Esas son las personas útiles, no solo los que se han quedado. Tras estudiar durante décadas la inteligencia, comencé a usar una palabra, con ciertas reticencias al principio porque no tiene contenido científico, sino que proviene de la sabiduría popular: talento. Todo el mundo hablaba de talento, pero nadie lo definía. Yo tuve un alumno en el instituto muy inteligente. Durante el último año casi no apareció por clase. Hablé con él y me contestó que las clases no le enseñaban nada, que lo importante se aprendía en la calle. Llegó a ser líder de una banda y acabó en la cárcel por tráfico de drogas. ¿Era inteligente o un estúpido? Son necesarias dos cosas: la inteligencia y el uso de la inteligencia. El talento sería ese buen uso. Cojamos la inteligencia de una persona y tratemos de convertirla en talento. Tiene que ver con la elección de metas, manejar los conocimientos suficientes para lograrlas y gestionar las emociones necesarias para conseguirlas. Virtudes de la acción como la tenacidad y el aguante son también importantes. Hay talentos infantiles, adolescentes y adultos. Hay un talento sénior que tiene que aprender a limpiar sus sentimientos, porque su inteligencia tiene que trabajar de manera distinta. Tendrá menos rapidez y una memoria más lenta, pero puede organizar mejor la que ya tenía.

«Nada nos horroriza más que ser insignificantes»

Hoy en día se establecen como metas la fama, el poder y el dinero. ¿Cuáles son las suyas?
Preparar a mis alumnos para que sean felices. La armoniosa satisfacción de los tres grandes deseos: vivir cómodamente, tener unas relaciones afectivas estimulantes, satisfactorias, y ahí ya hay que buscar el equilibrio, porque ambas cosas pueden entrar en colisión. El tercero es que necesitamos saber que progresamos en algo. Nada nos horroriza más que ser insignificantes. Esto puede también entrar en colisión con los dos primeros. Hay que saber hacerlos compatibles.

¿Qué quiere ser José Antonio Marina de mayor?
Parafraseando a Mauriac: “Yo mismo en un nuevo formato”.