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Capital Social

La relación entre confianza y progreso económico la estudió hace tiempo Francis Fukuyama, y sus conclusiones siguen vigentes. Nadie quiere tener negocios con gente en la que no confía.

Las naciones están sometidas a múltiples evaluaciones. Hay países que funcionan bien y otros que funcionan mal. España está anclada en la mediocridad. Aprueba, pero sin brillantez. Voy a revisar alguno de los indicadores más importantes. Según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, que mide la calidad de la salud, de la educación y el nivel de renta, ocupamos el puesto 23. El mismo que en los informes PISA sobre educación. Otro importante índice es el de corrupción, elaborado por Transparencia Internacional, en el que estamos en el puesto 30. Según la escala Gini, que mide la desigualdad entre rentas más y menos altas, hemos retrocedido en los últimos años, aunque hay que decir que Estados Unidos está mucho peor que nosotros. Según el Legatum Prosperity Index, ocupamos el puesto 23, y según el Índice de Competitividad de la OCDE, el 36. En la lista de los mejores países para hacer negocios somos el 45, y en el ranking de felicidad, el 43. Un dato interesante. Al evaluar los procedimientos necesarios para comenzar un negocio, Nueva Zelanda está a la cabeza, con un solo trámite, y España, muy retrasada, con 10. La consecuencia es que en Nueva Zelanda se puede abrir un negocio en un día y en España hacen falta 43. También es el 43 el puesto que ocupamos calculando nuestro PIB per cápita.

Hay, pues, una cierta homogeneidad en mediciones tan diversas que yo achaco a una básica y grave carencia de “capital social”. Los sociólogos llaman “capital social” al conjunto de recursos que tiene una comunidad y que le permiten resolver los problemas colectivos de sus miembros. Son sistemas de valores compartidos y respetados, redes sociales tupidas, buenas prácticas en la resolución de conflictos, implicación de los ciudadanos en tareas públicas y de interés social y la confianza básica en las instituciones. La palabra que resume más expresivamente la quiebra del capital social es “desmoralización”. Indica una falta de energía y una falta de principios. Las dos cosas. Y esa es nuestra situación. Nos estamos habituando a muchas cosas peligrosas. Por ejemplo, a descansar en una impotencia confortable, a la corrupción, a las corruptelas, a la zafiedad, a la ausencia de compasión, a la pérdida del sentido de la justicia, a la falta de exigencia. Hace unos días, en una reunión con personalidades de la cultura catalana, al salir el tema de los presuntos –o no presuntos– casos de corrupción política, la respuesta que al parecer zanjaba la cuestión fue: “Peor es lo de Bankia”. Estamos rigiéndonos por una ley de mínimos.

La relación entre confianza y progreso económico la estudió hace tiempo Francis Fukuyama, y sus conclusiones siguen vigentes. Nadie quiere tener negocios con gente en la que no confía. La tarea más urgente que tenemos es elevar nuestro capital social. Eso es tarea de todos. La receta no es muy difícil. Defender un socialismo de las oportunidades y una aristocracia del mérito. Y premiar y castigar a quien se lo merece. La impunidad es a la democracia lo que la mixomatosis al conejo.

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